El cuidado como premisa

Mujeres. Las más afectadas por la crisis climática del planeta.

Cuando hablamos de ecofeminismo, hablamos de cuidado. Si bien existen múltiples expresiones teóricas y prácticas del movimiento ecofeminista, todas confluyen en la necesidad de darle más valor al cuidado como premisa ética para la vida en sociedad.

Desde que la historia existe, la humanidad se ha parado como dueña y señora de la naturaleza y su entorno. El dominio como punto de partida para la existencia. Esta forma de relacionarnos con el mundo en que vivimos también se evidencia en los modos de vincularnos en sociedad.

Es así como las desigualdades sociales ponen de manifiesto las desproporciones de poder entre las personas, por su clase, su sexo, su género y su etnia, entre muchas otras.

El dominio y la conquista han sido las modalidades adoptadas, por sobre aquellas que fueron desplazadas por ser más débiles, complejas y, en general, vinculadas a lo femenino.

El cuidado ha sido relegado a las mujeres: el cuidado a niños y niñas, a las personas mayores, en las tareas del hogar, por ser “guardadoras” de la moral y el cariño en el seno de las familias.

Es a partir de la visibilización de la lucha ambiental de múltiples grupos de mujeres en el mundo que se resaltó la necesidad de que el cuidado comience a ser la forma de vincularnos con el ambiente. Y es ambiente y no es un medio, porque pensar desde el cuidado implica que dejemos de ver a la naturaleza como una herramienta y empecemos a comprendernos parte de ella.

En la ciudad de Córdoba, tenemos varios ejemplos de estos movimientos que han logrado mostrar la falta de cuidado que tenemos con el ambiente y con otras personas. El más claro es el de las madres de barrio Ituzaingó que pusieron en tapas de los diarios que el uso de agroquímicos puede enfermar a toda una población, y se enfrentaron con sus propios vecinos que no querían dejar de fumigar esos metros necesarios para que las personas no se intoxiquen.

Vincularnos de otro modo

Hablar de ecofeminismo es hablar de cuidado, pues este es un valor dejado de lado por femenino, pero fundamental para la supervivencia. En estos tiempos de catástrofes ambientales, de plagas y pandemias, la clave es repensar el modo de vincularnos en sociedad, con los animales y con nuestro entorno.

La competencia por las ganancias, la desidia por los resultados nocivos de los modelos extractivistas, el desinterés por el sufrimiento animal, la violación de los derechos de los trabajadores, el lobby político para que continúe la desregulación laboral y ambiental son algunos de los síntomas de la falta de empatía con la realidad social.

Si bien las teorías ecofeministas ahondan en las conceptualizaciones necesarias para el desarrollo completo de estas ideas, se pueden resumir en que el dominio y la conquista como principales valores generaron la explotación indiscriminada de la naturaleza y la reproducción interminable de las desigualdades estructurales de la sociedad.

En esta línea, el siguiente pensamiento es darnos cuenta de que tanto la naturaleza como las mujeres hemos sido objeto de dominación. Tanto en lo simbólico como en lo material, el dominio al ambiente, así como a las mujeres, ha sido con violencia explícita o disimulada, pero siempre sujeta a la apropiación y conquista.

No es casualidad que hayan sido las mujeres las principales activistas por el ambiente en el mundo. Las mujeres han sido las principales subyugadas del sistema patriarcal, pero también son las principales afectadas por la discriminación ambiental.

Por ejemplo, según el Gender and Climate Toolkit, publicación realizada con el apoyo del Parlamento Europeo, las mujeres son quienes menos huella de carbono aportan pero constituyen el 80% de los refugiados climáticos, que son los grupos de personas afectadas y desplazadas de sus centros de vida por catástrofes ambientales.

Discriminación

El Instituto Europeo para la Igualdad de Género asegura que más del 80% de los puestos de toma de decisión en materia de cambio climático están ocupados por hombres, y en las empresas que aportan a la emisión de gases de efecto invernadero, el 95% de los integrantes de juntas directivas y el 86% de los senior managers son hombres.

También son las mujeres las más expuestas a la contaminación, pues están encargadas del cuidado, y las que se encuentran más en contacto con el agua que contiene tóxicos y el aire impregnado de químicos. Y no es de sorprender que las más expuestas sean las que se encuentran en mayor vulnerabilidad económica.

Es necesario repensar la construcción de los vínculos humanos y con el ambiente, desde una perspectiva que incorpore la empatía y el cuidado como puntos fundamentales para el desarrollo social.

La perspectiva de género y de derechos humanos es una de las claves en la creación de políticas públicas que aborden la problemática ambiental, y tiene que ser valorada por sobre la ganancia y el lucro.

Debemos traer a la mesa los contenidos humanos que le dan sustento al desarrollo económico, y dejar de lado la promesa de crecimiento infinito.

Para adaptarnos a los tiempos que corren, hay que rescatar los viejos conceptos de justicia social, igualdad, cuidado y solidaridad, para reencontrarnos en un proceso de construcción colectiva que logre integrarnos con el ambiente como parte de este, y que incluya a los colectivos olvidados por la historia de la dominación.

VIRGINIA PEDRAZA

Directora estratégica de Fundeps

Fuente: La Voz

Comunicaciones Fundeps